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Cuando el lenguaje apaga la Curiosidad

La curiosidad es una forma de vida para los niños, un modus vivendi. Sin embargo, a veces los adultos, sin querer, limitamos esa curiosidad al traducirla apresuradamente en palabras. Aunque el lenguaje es una herramienta esencial para comunicarnos, hay momentos en los que su uso puede reducir la riqueza de una experiencia infantil a un concepto aislado.

Imaginemos a un pequeño que ve por primera vez el vuelo de un ave. Se asombra por los colores de sus plumas, el movimiento de sus alas, el sonido de su canto. Observa, se pregunta, se maravilla. Todo su cuerpo y mente están inmersos en ese encuentro con lo desconocido. Pero entonces, con la mejor intención, intervenimos: “Es un pájaro”. Y con esa palabra, aunque correcta, envolvemos todo el fenómeno en un envoltorio cerrado. Le quitamos, quizá sin saberlo, parte del misterio, del asombro, de la posibilidad de explorar más allá del nombre.

Consideremos dejar que los niños se queden un poco más en la pregunta antes de ofrecerles la respuesta. Compartamos con ellos el asombrarnos por acontecimientos, aunque nosotros ya los conozcamos. Como escribió el escritor John Berger, “Ver precede a las palabras. El niño mira y reconoce antes de poder hablar”.

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